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La Guiana

La web de RCB publica una interesante artículo sobre la Guiana: la Guiana, la que guía




La Guiana es una montaña poliédrica, orgullosa, que atesora más historias e hilos de vida de lo que cualquiera podría ver si la reduce a una giga tonelada de piedras al albur de los vientos y del agua que la deshace poco a poco. Su cima es un lugar inhóspito la mayor parte del año. Hermosa y sobrecogedora, pero un sitio donde nadie decidiría establecer su hogar. Pues allí se instaló Álvaro, un adusto señor de Bembibre, viudo reciente de un matrimonio sin consumar. Llevaba consigo su tristeza, su problema de orientación sexual, y un empeño (tan literario, hay que añadir) por la inmolación; el único muerto que se tiene contabilizado en ese punto geográfico a mil ochocientos cuarenta y seis metros de altura. Y no sería por las advertencias de los monjes de San Pedro de Montes. Suerte que Álvaro es un personaje de ficción, salido de la imaginación de Enrique Gil, y que no tenemos a nadie de carne, hueso y DNI en la cartera fallecido en la cumbre.


La Guiana puede ser la montaña más emblemática de esta comarca no falta de lugares señalados y con méritos suficientes. Lo es. Razones, muchas, no le faltan. Aquí algunas que apoyen los párrafos anteriores.


LEYENDA DE LAS SIETE HERMANAS


Es inevitable mencionar la leyenda de las Siete Hermanas, donde la Guiana juega un papel protagónico. Se narra la historia de siete hermanas que peregrinaban a Santiago de Compostela. En Foncebadón, la hermana menor se lastima los pies. La mayor decide detenerse para cuidarla. Mientras tanto, las otras hermanas exploran los alrededores. La menor, sintiéndose responsable, se adentra en un valle cercano, donde terminan construyendo una ermita dedicada a la Virgen de Escayos (en Manzanedo de Valdueza). Las otras hermanas se dispersan por El Bierzo. La mayor, buscándolas, recibe la indicación de un pastor para buscar en la montaña más alta. Allí descubre que cada hermana brilla en diferentes ubicaciones, donde se erigen ermitas en su honor, incluyendo la Virgen de la Peña en Congosto, Virgen de Las Nieves en Valdeprado, Virgen de Fombasallá en Paradaseca, Virgen de las Angustias en Cacabelos y la Virgen de la Encina en Ponferrada. La hermana mayor, Maia para los griegos, se queda en la ermita de La Guiana.


Alguien ha creído inventar la pólvora y relacionar la leyenda con la Grecia Clásica y el cielo nocturno, con las Pléyades de la constelación de Tauro. Bien por él. Siguiendo con el hilo, y yendo más abajo en esa mina que es la Historia y sus capas, la Guiana es la hermana mayor de esta historia universal, que aparece en culturas tan diferentes como la japonesa o la hindú, así de lejos viaja el mito a través de todo el orbe.


PIRÁMIDES DE EGIPTO


Hay una curiosa correlación entre la Guiana, los templarios y la virgen de la Encina. Y no por el desdichado templario Álvaro, que también. Es indudable la forma piramidal de nuestra amada Guiana, algo que no es inusual pero tampoco tan común. Aquí, la roca forma una pirámide irregular (acrecentada con la perspectiva), con una altura de 500 metros, un mastodonte que dejaría a la Gran Pirámide de Guiza en ridículo.

La virgen de la Encina es la Morenica. Pertenece a ese estilo de vírgenes negras, con varios ejemplos por todo el territorio nacional. Negras que no sucias, que en tantos siglos a alguien se le podría haber ocurrido meterles mano con agua y jabón. Negras como la diosa egipcia Isis, que es negra como el limo, la tierra del Nilo, la fecundidad femenina en su máxima expresión. ¿Y quién rescató a la virgen, escondida en una encina? Pues un templario, que quizás había contemplado el atardecer sobre las pirámides, en una excursión desde sus cuarteles de Tierra Santa. Y conocer de primera mano las costumbres de ese territorio, cuna de la religión egipcia, de la que los cristianos bebieron con una sed infinita. Se establece una diálogo visual directo entre la casa de la Virgen de la Encina, la basílica, y la montaña sagrada que le puede recordar de dónde vino. En una orientación norte-sur casi perfecta. Citando al gran divulgador Fran Contreras, los lugares donde se encuentran las vírgenes negras son «balizas de lo mágico sagrado».


AGADÁN


Dice una leyenda (recogida por Jovino Andina) que hasta el Campo de las Danzas (un paraje singular donde acaba la carretera de acceso a la Guiana) volaban periódicamente todas las brujas del contorno para bailar, en presencia de un macho cabrío. Excepto una: la bruja de los molinos de Agadán, que se había prendado de un joven galán (Agadán es un barrio de Valdecañada del que apenas queda una casa en pie). Al no poder enamorarlo, le imploró ayuda a la Virgen de la Encina. En agradecimiento, tras obtener su amor, acabó colgando la escoba. Es la típica historia de amores contrapuestos, de sacrificios, donde uno de los miembros dejan su vida anterior para abrazar la del amado. ¿Le rentaría a la joven, con su divertida vida de bruja libertaria, colgar los hábitos?


CAMINANTES


Cada junio, con la suerte de ver las últimas mantas de nieve en una cara del Pico Tuerto, gente aguerrida acaricia de este a oeste el lomo de la Guiana, en la prueba de nombre Travesía Aquilianos. La Guiana marca el final del sufrimiento, y la certeza de que cuesta abajo todos los santos ayudan.


GIL, CÓMO NO. Y CARRASCO


Volvemos a Gil, ya rememorado arriba con su alter ego don Álvaro Yáñez. Lo traigo aquí aún a riesgo de ser pesado. ¿Cómo no vamos a citar al escritor ponferradino? ¿O era villafranquino? En el tramo final de su novela El Señor de Bembibre, lleva a morir a su protagonista al punto álgido de esta montaña. No será un empeño dado al azar, tiene un simbolismo de lo sagrado, la cercanía con lo divino a través del sufrimiento, un espejo de un viaje del héroe, un trasunto de un Jesucristo que se inmola para dejar una enseñanza. No obstante, lo que más interesa aquí es en cómo la describe desde su mirada del siglo XIX, que no debía de ser muy diferente de la época donde transcurre la novela, en el siglo XIV.


Detalla muy acertadamente su aspecto de la montaña. Sabemos que hizo un excursión al Valle del Silencio, y una ascensión a la Guiana en el 2 y 3 de agosto de 1842, con 27 años recién cumplidos. Hoy en día no es difícil hacer cumbre desde el lado oeste, partiendo del Campo de las Danzas, siguiendo el ancho camino que servía de cortafuegos tras el pavoroso incendio de julio de 2022, por obra y gracia de un rayo.

«El pico de la Aguiana, cubierto de nieve durante siete u ocho meses y el más alto de todos los del Bierzo, domina el monasterio casi a vista de pájaro y dista poquísimo por el aire, pero son tales los derrumbaderos que por aquel lado lo cercan, que el camino para llegar allá tiene que serpentear en la ladera por espacio de más de una legua y tomar además grandes rodeos.»

Así que la Guiana estaba cubierta de nieve entre noviembre y mayo a principios del siglo XIX. Hoy eso es muy difícil de ver, por culpa del Cambio Climático, o de un Óptimo Climático, o lo que cada uno quiera afirmar. Actualmente, es el Pico Tuerto el último que sostiene alguna porción de nieve hasta junio, y en años excepcionales. Gil vivió, sin saberlo, los últimos coletazos de la Pequeña Edad de Hielo que padeció Europa, donde los fríos y las nieves eran más habituales que en la actualidad. Y a buen seguro, tras llegar a Ponferrada con 8 años, se acostumbró al fulgor de la emblemática montaña acompañando el perfil de los Aquilianos.

«Esta montaña es muy pelada, pero está cubierta de plantas medicinales y tiene en su misma cresta una ermita medio enterrada a causa de las nieves y ventarrones, en que se adoraba, hasta la extinción del monasterio, la imagen de Nuestra Señora de la Aguiana, cuya función se celebraba el 15 de agosto y era concurridísima romería.»

La Guiana sigue pelada, la ermita continúa en pie. De la torre de vigilancia contra incendios poco sé, tras el fatídico incendio del 2022, que a punto estuvo de arrasar el valle del Silencio y Peñalba. Lo que él desconocía es que este lugar es considerado un «kilómetro 0 mundial» de la flora endémica, con especies como el Geranium dolomiticum, Armería rothmaleri, Leontodon farinosus, Campanula adsurgens y Rhamnus legionensis.


Cuenta que Álvaro

«partía con los pastores pobres su escasa ración de groseros alimentos, y cuando se arrecían con el frío, les cedía la porción de vino que le daban en el convento»

San Genadio ya describe a los pastores de esos valles de Montes de Valdueza en sus escritos como «sin casa y semisalvajes». En La Laguna, una pequeña cubeta glacial bajo los 12 Apóstoles, donde quedaba represada el agua que bajaba de la Guiana, y de la que hoy nada queda, se asentaron los colonos que, años después, fundarían el pueblo de Ferradillo.

Y de ahí, la Quintería del Monasterio de Montes (fundado en el siglo VII). Esta «mancomunidad de Dios» obligaba a dar la quinta parte de los beneficios, ejerciendo como una Agencia Tributaria con multas de hambre y de eternidad. Ferradillo llegó a tener 500 cabezas de ganado a mediados del siglo XVIII, lo que da cuenta de lo que pudo ver Gil en su visita.


De cómo debían de ser aquellas tierras, plagadas de animales con los que mejor no cruzarse:

«acontecía algunas veces que una res vacuna o alguna cabra se perdía a boca de noche en aquellas soledades, y él entonces, a trueque de ahorrar a su dueño un disgusto de su pérdida, salía de la ermita pisando nieve endurecida y la llevaba al pueblo a riesgo de ser devorado de los lobos, osos y otras alimañas de que tan gran abundancia se cría en estas breñas.»

No muy lejos de allí, a poco más de 3 km, el valle de Santa Lucía es descrito en el Libro de La Montería de Alfonso XI (escrito en el siglo XIV por encargo de éste rey). Se nombran los «reales” sitios de los Montes de Santa Lucía y Rimor donde abatir ciervos, corzos, jabalíes y, por supuesto, al mítico oso. Aseguran que el oso habita, actualmente, en los Aquilianos; y antes del verano, un vecino de Manzanedo de Valdueza me aseguró que habían visto excrementos del Ursus arctos, el oso pardo, por encima del pueblo no hacía ni dos años. Gil, de nuevo, era fiel a la realidad.


El magnetismo de esta montaña es indudable. Se podría afirmar, sin rubor, que el pico de la Guiana es el centro del Universo, la cúspide donde gravitan las galaxias, los cuásares, Laniakea, el universo visible y el invisible, con su materia oscura tan huidiza. Y no el caparazón de la tortuga estelar y sus cuatro elefantes del hinduismo, Akupara, que luego se apropió el autor de Mundodisco.

Guerra Garrido no estaría muy de acuerdo, que a su parecer, el centro de esta ilusión llamada existencia está en la plaza de Cacabelos. Y lo dejó por escrito:

«Como todos saben, el mundo tiene un centro clarísimo, las bolas del mundo de la Plaza Mayor de Cacabelos, y a partir de ahí se expande.»

Y mira que me duele llevarle la contraria al (poco, muy poco) recordado escritor.


Seguiríamos, pero menos es más.


La Blografía adjunta dará más pistas.



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